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Un mundo que no existe

Aún recuerdo los campamentos en los que me enseñaron a reconocer la Estrella Polar. Siete veces la distancia del lateral del carro de la Osa Menor y allí está. Siempre allí. Señalando al norte.

La humanidad ha sabido guiarse por las estrellas desde tiempos inmemoriales. Los acadios, en el 4.500 a.C. ya sabían predecir los movimientos del sol y la luna y de los principales cuerpos errantes. Stonhenge es del 1.800 a.C. aproximadamente y está construido para señalar los solsticios y predecir los movimientos del sol y de la luna, incluyendo eclipses.

Los babilonios, descendientes de los acadios, en el 1.300 a.C., ya tenían precisos calendarios astronomicos que les ayudaban a registrar las estaciones y así saber cuando sembrar y cuando recoger, y cuando se producían las lluvias y cuando las crecidas de los ríos. Los sacerdotes egipcios esperaban la mañana en que Sirius (el lucero del alba) aparecía por primera vez para predecir las crecidas anuales del Nilo.

La semana tiene siete días desde tiempos inmemoriales porque ese es el cliclo lunar. Lo que dura cada fase de la luna. Y los 12 meses del año reflejan el ciclo de las fases de la luna: doce veces cada año.

Los astrónomos chinos encontraron una agrupación cercana de planetas brillantes hacia el 2.500 a.C., aproximadamente, y en el siglo IV a.C. editaron el Libro de la Seda considerado el primer atlas conocido de cometas, en el que una cinta de seda de 1,5 metros de largo ilustra veintinueve formas de cometas y enumera los tipos de catástrofes que anunciaban.

Desde que se hicieron a la mar en embarcaciones, los navegantes han mantenido una estrecha relación con el cielo. Los isleños de la Polinesia sabían cómo navegar por los inmensos tramos del Pacífico que separan Tahití de Hawai, trazando su itinerario por las estrellas.

Los griegos conquistaron el mediterraneo gracias a su conocimiento astronómico. Aristóteles fue el primero en sostener que la tierra era redonda (el centro del universo, pero redonda), y Ptolomeo (ya en el 140 d.C.) con su Almagest que predecía de modo matemático el movimiento de los planetas, sentó las bases de la astronomía que habían de darse por válidas durante los siguientes 15 siglos.

Muy bien. Pues de nada les sirvió todo eso al grupo de inmigrantes cuya historia se explicaba hoy en La Vanguardia.

En la página 10 de La Vanguardia de hoy un conmovedor artículo titulado La odisea del bebé Kisley narra la historia de un timo. De un fraude. Sólo que lo que aquí estaba en juego eran vidas humanas.

El artículo, de José Bejarano, habla de un grupo de inmigrantes (36 nada menos) que el pasado 9 de Julio fue rescatado a la deriva en una lancha neumática de 7 metros de eslora (la típica Zodiac para pescar o hacer submarinismo) frente a las costas de Almería. Su historia es la siguiente (los corchetes son míos):

Están tan postrados que ni siquiera maldicen el momento en el que compraron el
pasaje a Europa a Hasan y Abdelali, en Uxda, ciudad fronteriza con Argelia
situada a unos 150 kilometros de Melilla. Unos pagaron mil y otros mil
doscientos euros. Los dos marroquíes los trasladaron a un bosque próximo a
Nador, el mismo que suelen utilizar los subsaharianos que tratan de saltar la
alambrada [nombre árabe] de la frontera de Melilla. Los 46 [nótese que 46-36=10]
procedían de una decena de países. La mayoría (24) de Nigeria. El resto de
Camerún [el país que aclama a Etoo], Kenia [el país de los safaris para
europeos], Chad [petroleo], Níger, Burundi, Uganda, Zimbabue, Sudán y Burkina
Faso. En el bosque esperaron varios días. La noche del 4 de Julio los dos
marroquíes vinieron a buscarlos y los condujeron, en una caminata que duró más
de dos horas, hasta una playa donde les aguardaba una embarcación, una lancha
neumática de siete metros de eslora y un motor de 25 caballos. A bordo no había
ni bidones de agua ni alimento alguno para la travesía.
Les vendieron la
barca y el motor, les ayudaron a subir en la playa y les indicaron que navegando
rumbo norte en pocas horas verían la silueta de Europa. No les suministraron ni
una brújula. «Ha sido un crimen cometido con alevosía», afirma el inspector jefe
de la brigada de Extranjería de Almería, Antonio Martín. A las pocas horas de
navegación [sin rumbo exacto] lo único nuevo que ocurrió fue la avería del viejo
motor de 25caballos que impulsaba la embarcación. Entonces no les quedó más
remedio que remar con las manos, por turnos, en un vano intento de llevar la
barca hacia el norte orientándose por la trayectoria del sol. Pero con la caída
de la noche perdieron el rumbo y toda esperanza.

No sabían guiarse durante la noche. No sabían encontrar la Estrella polar y seguir remando hacia el norte. El viento y las corrientes les hubiesen desviado, en cualquier caso, pero no sabían o no pudieron encontrar el norte…. Pasaron 5 heladoras noches muertos de frío y casi 6 días bajo el sol de Julio a la deriva.

Los primeros en morir fueron los niños. 9 criaturas. 9 bebes o niños pequeños. De hambre. De sed. De frío. Muertos y arrojados por la borda. Siempre los inocentes.

Luego empezaron a morir las mujeres. La última, una de las rescatadas, que fue rescatada ya sin sentido. Otra de ellas, embarazada de 35 semanas perdió el niño y se recupera en un hospital.

Un par de remos. Un par de bidones de agua. Una vela hecha con trapos. Un toldo improvisado. Una brújula. Las estrellas. La Estrella Polar. El norte. Un móvil. Bengalas. Algo para salvar la vida. Algo. Algo.

Los supervivientes con niños se quedarán en España por razones humanitarias. Los que no, serán repatriados. De vuelta a sus países. Infierno en vano. De vuelta al infierno.

Y la preocupación de las autoridades, seguramente justificada, es que, de saberse que las madres con niños o embarazadas se quedarán, se corre el riesgo de que aumente el número de embarazadas, bebes y niños pequeños en las pateras. Si los niños pueden ser pasaporte de entrada para los padres, seguramente la falta de escrúpulos los multiplicará y los pondrá en riesgo. Y muchos otros niños y bebes serán tirados por la borda en medio del Mediterraneo. Siempre los inocentes.

Releo estos días La Isla de Aldous Huxley, y le encuentro ahora más sentido que cuando la leí hace años.

Los minah adiestrados volaban por la isla gritando «Aquí y ahora, Aquí y ahora». Una especie de mantra que parece, en realidad, la única verdad posible.

Aquí y ahora porque Allí y Entonces no existen. Ni el pasado ni el futuro, ni nada más allá de lo que sucede aquí y ahora.

De nada sirvió a los tripulantes de aquella barca neumática que los antiguos egipcios supiesen navegar con las estrellas o que los griegos llegasen a dominar el mediterraneo. De nada les sirvió que Hasan y su compinche pudiesen proveerles mejor, si no lo hicieron allí y en aquel momento.

Todo se juega, en cada momento, y en cada lugar. Y lo demás…. es vano y relativo.

Los minah también fueron adiestrados para repetir «Karuna, karuna». Compasión, compasión.

Me pregunto estos días de qué sirve añorar el mundo como creo que debería ser. Un mundo que no existe.

Blog de Pere Rodriguez