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Lo mío con Isabel

Todo empezó más o menos hace año y medio.

De repente una mañana (o tal vez fue una tarde) recibí una llamada desde un número que no conocía.

– Con Isabel Pérez, por favor?

– Perdone, creo que se equivoca. No conozco a ninguna Isabel Pérez.

– Ah, bueno, usted perdone.

Y al cabo de un rato, la llamada se repitió.

– Oiga, que de verdad que no me llamo Isabel Pérez ni conozco a nadie que se llame así.

No le dí más importancia. Uno de tantos errores.

Pero al cabo de pocos días, de nuevo se repitió la misma situación. Volvieron a llamar preguntando por Isabel Pérez. Ahí ya comencé a ponerme un poco mosca…. ¿Y si hubiese por ahí alguien dando mi número de teléfono, vaya usted a saber adquiriendo qué compromisos? ¿ O tal vez era algún tipo de broma o juego y a no sé cuanta gente se le había pedido que llamase a mi número preguntando por una inexistente Isabel Pérez?…

Todas mis sospechas y miedos parecieron confirmarse cuando durante toda la semana siguiente comenzaron a llamarme un montón de gente preguntando por Isabel. Todos con un cierto secretismo y una reserva que, de algún modo me llevaba a pensar en que quien buscaba a Isabel no podía confesar a un desconocido las razones por las que la buscaba.

En una de las llamadas se me ocurrió preguntar a quien me llamaba que quien era Isabel, pero con mucha discreción y un punto de mala leche me vino a decir que no podía decírmelo y que, en cualquier caso, no me importaba. Y ese fue el momento en el que decidí que yo tenía que saber quien era Isabel Pérez.

Con otra de las llamadas a Isabel tuve algo más de suerte. Lo que conseguí saber le quitó bastante morbo al asunto, pero también me tranquilizó en cierto modo. Conseguí averiguar que Isabel era una chica que buscaba trabajo, y que ese número de teléfono, mi número de teléfono, era el que ella había incluido en su currículum.

«Pobre chica», pensé. «La de cantidad de ofertas y entrevistas de trabajo que estará perdiendo por culpa de haberse equivocado a la hora de poner mal su número de teléfono en el currículum». Y además, a juzgar por el número de llamadas, Isabel debía tener un currículum, cuando menos, buscado, porque la verdad es que la llamaba bastante gente. O eso o había empapelado todos los departamentos de Recursos Humanos de España.

Las llamadas se seguían repitiendo y desde diferentes puntos de España. Supe interpretar la discreción de los interlocutores, a partir de aquel momento, al identificarla con la cautela, a todas luces excesiva para este caso, de los responsables de RRHH de las empresas que me llamaban. Pero finalmente conseguí dar con alguien amable a quien pude explicar la situación:

– Oiga, es que parece ser que Isabel se ha equivocado en su currículum y ha puesto mi número de teléfono en lugar de el suyo. Si fuese usted tan amable de enviarle un correo electrónico diciéndole que es importante que corrija ese error si quiere que la llamen…

Y al cabo de un rato me volvió a llamar aquella persona diciéndome:

– Oiga, que dice Isabel que no, que su teléfono está bien y es exactamente el que ella ha puesto en el currículum.

Por un momento tuve la tentación de pensar que mi, ya familiar y querida Isabel era sencillamente tonta de las narices.

– Pues dígale que se llame a sí misma, y me pondré yo, porque está claro que este es mi número.

¿Cómo podía decir que el número estaba bien? Y a lo mejor se extrañaba de que no la llamasen…

Al cabo de un rato, aquella persona volvió a llamarme.

– Ya sé lo que pasa. El teléfono de Isabel es un teléfono de Francia. El de ella es con el prefijo +33 y el de usted es un móvil español y por lo tanto con el prefijo +34.

Todo empezaba a cuadrar.

Isabel Pérez, chica española con residencia en Francia, buscaba trabajo en España. Su teléfono era francés, y era el que ella daba como forma de ser contactada en Francia para conseguir un trabajo en España.

Y por pura casualidad, nuestros «destinos» se habían visto entrecruzados gracias a la numeración GSM que el azar nos había asignado.

Y entonces cabía pensar que los que debían ser tontos de las narices eran los responsables de RRHH que no sabían diferenciar un prefijo español de un prefijo francés.

Y desde aquel momento, en que todo quedé claro, han ido pasando varias cosas:

Isabel no ha debido encontrar trabajo, porque periódicamente (hoy sin ir más lejos) me siguen llamando preguntando por Isabel Pérez.

Mis compañeros de trabajo se destornillan cada vez que llaman preguntando por Isabel y yo tengo que repetir, ya casi de manera mecánica «No, mire, el teléfono de Isabel es un teléfono francés. Es el mismo número pero con el +33 delante»

Que sigue habiendo personal de RRHH que no se ubica, porque todavía hay muchos que me piden explicaciones: «Y entonces, ¿Isabel está residiendo en Francia?» «Pues no lo sé, oiga. No nos conocemos. Lo único que tenemos en común es el número de móvil.» Alguno ha habido, incluso, que me ha pedido que le de yo el recado a Isabel. «Pues va a ser que no, guapetón».

Que nunca he hablado con Isabel ni Isabel conmigo. Ni sé quien és ni qué tipo de trabajo busca, ni qué gaitas hace en Francia, ni qué edad tiene ni nada de nada.

A veces he pensado en llamarla para comentar la casualidad, pero después siempre me digo… ya está bien así.

Blog de Pere Rodriguez