Llevo días dándole vueltas al asunto y, aunque a simple vista la cosa no es preocupante… resulta que la cuestión es muy grave.
La RAE, respecto del mérito, nos dice:
mérito
(Del lat. merĭtum).
1. m. Acción que hace al hombre digno de premio o de castigo.
2. m. Resultado de las buenas acciones que hacen digna de aprecio a una persona.
3. m. Aquello que hace que tengan valor las cosas.
Y la términación -cracia (del griego κρατία) indica dominio o poder
Así, supuestamente, vivimos en un sistema en el que el poder està en manos de aquellas acciones dignas de premio o de castigo. Y en consecuencia de aquellos que las llevan a cabo.
- Que ellos eran los auténticos creadores de riqueza social y que, en consecuencia, merecían respeto.
- Que el estatus terrenal carecía de valor moral ante Dios y que
- En cualquier caso los ricos no merecían honores, porque no tenían escrúpulos y habían de terminar mal en una serie de inminentes y justas revoluciones proletarias.
El problema es que la imposición del sistema capitalista de pensamiento ha transformado estas tres historias en otras tres historias total y abolutamente desesperanzadoras:
Primera historia: Los útiles son los ricos, no los pobres.
«Los útiles son los ricos porque su gasto y su inversión proporciona empleo a todos los que están por debajo de ellos y, en consecuencia, ayudan a sobrevivir a los miembros más débiles de la sociedad. Sin los ricos, los pobres no sobrevivirían. «
«Las antiguas teorías económicas condenaban a los ricos por apropiarse de una parte demasiado grande de lo que consideraban una reserva limitada de riqueza nacional, pero las modernas consideran que el pez gordo no solo no devora a los pequeños sino que les ayuda, gastando dinero y proporcionandoles trabajo. Puede que el pez gordo sea arrogante y ordinario, pero mediante el mercado, sus vicios se transforman en virtudes». Hume citado por Adam Smith.
Este paradigma moderno pasa a estar profundamente arraigado en el último cuarto de siglo.
Segunda historia: El estatus propio tiene connotaciones morales.
Antes no tenía sentido creer que el lugar de cada uno en la jerarquía social reflejara cualidades reales. Se podía ser inteligente, agradable, capaz, rápido y creativo y estar fregando suelos. Y se podía ser pusilánime, degenerado, decadente, sádico e insensato y gobernar una nación.
Poco a poco el paradigma pasa a ser que tanto la élite como los pobres se merezcan sus propias desigualdades: «Europa precisa una auténtica aristocracia, solo que debe ser una aristocracia del talento. Las falsas aristocracias son insoportables». Carlyle.
Lo que Carlyle quería, aunque todavía el palabro no estaba inventado, era una MERITOCRACIA.
El peligro es terrible: si todo el mundo ha tenido la misma educación y la misma oportunidad de acceder a una carrera profesional, las diferencias de renta y de prestigio se verían justificadas por los propios talentos y debilidades de los individuos. En tal caso, no habría necesidad de igualar las rentas. Los privilegios serían merecidos, al igual que las penurias….
Lo más grave de esto, es que la fe creciente en la existencia de una relación fiable entre mérito y posición otorga al dinero una nueva calidad moral. En un mundo meritocrático en el que las únicas cosas que pueden granjear un trabajo de prestigio y bien pagado son la inteligencia y la capacidad, pasa a ser sensato considerar que la riqueza es signo de carácter. Los ricos no sólo tienen más dinero sino que, simplemente, son mejores.
Así, si los triunfadores merecen su éxito, ya que se debe a sus capacidades e inteligencia, necesariamente los pobres o fracasados merecen su fracaso. Con este cambio de paradigma, la pobreza pasaba de considerarse algo lamentable a ser, además, algo merecido…
Y esto nos lleva a la,
Tercera historia: Los pobres son pecadores y corruptos y deben su pobreza a su propia estupidez.
Con el advenimiento de la meritocracia económica, en ciertos sectores los pobres dejan de ser considerados desafortunados, destinatarios de la caridad y del complejo de culpa de los ricos para ser vistos como unos fracasados, merecedores del desprecio de enérgicos individuos hechos a si mismos, no proclives a sentirse avergonzados de sus mansiones o a verter lágrimas de cocodrilo por aquellos de cuya compañía habían escapado.
Además, para quien no triunfa, tener que responder ante sí mismo y ante los demás a la pregunta de por qué sigue siendo pobre, si en algún sentido es en algo inteligente y capaz, se convierte en un problema grave y doloroso de esta nueva época meritocrática.
Al escarnio de la pobreza, el sistema meritocrático añade ahora el insulto de la vergüenza….
Nace así el Darwinismo social.
Otro día abundaré en estas ideas, que están en la base del pensamiento neocon, por ejemplo.