A veces me sucede, como le sucedía a Cortázar (o tal vez por haber leído a Cortázar) que pienso en qué debe estar sucediendo en este preciso momento en alguno, cualquiera, de los lugares en los que he estado hace semanas, meses o años.
Aquel parque en el que recaímos por casualidad o por pura conveniencia de descanso en el veía jugar a María con amigos circunstanciales.
Aquella conversación con un desconocido en una calle pérdida de una ciudad remota a la que, probablemente no volveré.
Aquel restaurante en el que, con pasmante familiaridad, nos sentamos a comer y nos trataron con la cordialidad con que se trata a quien es capaz de decir «ponme lo de siempre» sin margen de error respecto a lo que le van a servir. A pesar de estar a miles de kilómetros del restaurante en el que sabrían qué servirte si pidieses lo de siempre.
Aquel trayecto en autobús o metro entre dos puntos dispares de distancia variable de una ciudad cualquiera en el que perfectamente hubiese podido parecer que podrías recitar las paradas de memoria, a pesar de no saber del trayecto nada más que el color de la línea que el diseñador del mapa que llevabas en el bolsillo le había asignado.
Y sin poder evitarlo, en mis lugares cotidianos miro con curiosidad y un punto de extrañeza a aquellos que no conozco y que comparten mi espacio/tiempo, pensando que tal vez pudieran ser ocasionales, casi milagrosas, coincidencias de personas que nada, o muy poco tienen que ver con lo que en ese momento les rodea.
Esa chica rubia que arrastra una maleta por la calle. ¿Vivirá tal vez en el bloque de dos esquinas más allá o su sitio «natural» será otra ciudad, otra calle, a la que siempre quisiste ir sin saber que ella siempre había querido venir a esta ciudad, a esta calle?
Ese señor que justo ahora se sitúa detrás tuyo en el supermercado, ¿estará comprando productos conocidos, de marcas familiares, o en cambio estará comprando tesoros fantásticos como los que tú compraste en aquel supermercado lejano en el que te dejaste impresionar por inacabables estanterías de maravillas etiquetadas en idiomas con verbos que eras incapaz de conjugar?
El colmo es cuando te das cuenta de que en la mesa de al lado, en el autobús, en el supermercado o en el parque te sorprende aquella sensación de que has visto una cara que te suena. Una cara que estas convencido de haber visto antes, sin poder determinar cuando, ni donde, ni en que circunstancia, necesidad, falta o prueba. Sin duda alguna sabes que has visto antes a aquella persona.
¿Dónde he visto esa cara? ¿Dónde?
Y tendemos a pensar que es alguien que, muy lejos o muy cerca, pertenece a «nuestro mundo», sin poder evitar algo de desazón y de culpa por no ser capaces de determinar a qué parcela de nuestro mundo pertenece. Y tal vez ni siquiera pertenece a nuestro mundo, y fue una cara que viste hace mucho tiempo en un lugar lejano al que tal vez nunca vuelvas.
No me tengo por mal fisonomista, pero algo por dentro me dice que, tal vez, para alguien, alguna vez, yo he sido esa cara, estando yo en mi cotidianidad y la persona que me observaba muy lejos de la suya.
Y que alguna de las veces dimos por cotidiano lo que en realidad era una extraordinaria coincidencia, un agujerito recóndito del destino incierto que nos deparan las ínfimas posibilidades que a veces tiene la ubicuidad.