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La muerte de un genio

Theo Angelopoulos

Hay quien entiende el cine como un simple entretenimiento.

Algunas personas se ponen frente a la gran pantalla para huir de la rutina y de sus problemas cotidianos. Gente que lo que no quiere ver en las películas son guerra, terror, sufrimiento o hambre. Buscan en el cine disuasión y fuga, o un opuesto a la realidad, una realidad que a veces lo justifica.

Hay otras personas que buscan en el cine fantasía. Entrar en realidades imposibles o inexistentes de mundos imaginarios, muy diferentes del nuestro, donde rigen leyes naturales y humanas que son fruto de la capacidad de inventiva de sus creadores. También son, quizás, una forma de huir de lo immediato y cotidiano.
Lo mismo sucede con el cine histórico, que busca una reinterpretación posible (creible) de lo que pudo ser y de cómo pudieron ser los que fueron.

Me atrevería a decir que para ese tipo de cine, por un lado existe la realidad y por otro lado, como una realidad paralela, el cine y sus posibilidades.

Pero también hay quien entiende el cine como una forma de reflexión sobre la propia realidad, o como una forma de narrar la propia vida, y por lo tanto se meten en los cines para mirar la realidad desde una nueva perspectiva o desde un determinado punto de vista.

Las normas de la dramaturgia no varían, sin embargo. Planteamiento, nudo y desenlace. Conflicto y resolución. Héroes, anti-héroes, y el coro, explícito o implícito, que reflexiona en torno a la acción. Desde Edipo Rey hasta Los Albóndigas en Remojo (en todas sus partes) o La Piel que Habito. Hay una forma de narrar a la que nos hemos acostumbrado y que ha funcionado durante milenios, y probablemente continuará funcionando durante siglos.

Y en medio de todo ello, en el cine espurio y en el considerado fetén, hay genios y destroza-cintas. Y así mientras Nexus, en Blade Runner, por más que estemos en un futuro indeterminado en un lugar imposible, nos pone frente a reflexiones que el hombre se viene haciendo desde que es hombre, Robin Williams no ha conseguido nada decente desde el profesor Keating del Club de los Poetas Muertos.

A Theo Angelopoulos lo cuento entre los autores que entienden el cine como una forma de reflexionar sobre la propia vida y la realidad que la envuelve y al mismo tiempo con la capacidad de transmitir sentimientos y valores universales. Tal vez por eso le he contado siempre entre mis directores de cine favoritos.

La Mirada de Ulises o La Eternidad y Un Dia me marcaron en su día y casi 20 años después de verlas, esas dos películas me siguen pareciendo de las mejores que he visto en mi vida.

Pues Theo Angelopoulos ha muerto recientemente.  El pasado martes 24 de Enero le atropellaba una moto en Atenas, su ciudad natal, mientras buscaba localizaciones para la tercera película de la trilogía que preparaba («El otro mar») y que ya no podremos ver acabada por su autor. Una película en la que tenía la intención de evocar la última herida de Grecia, la crisis financiera y el fracaso de su país y de Europa. «Europa era un sueño que se desplomó con gran rapidez«, había dicho el pasado mes de junio. Y también hace años «Ahora más que nunca, el mundo necesita cine. Puede que sea la última forma de resistencia ante el deteriorado mundo en el que vivimos. Al tratar de fronteras, límites, la mezcla de idiomas y culturas de hoy, intento buscar un nuevo humanismo, una nueva vía«.

El suyo es un cine melancólico, no apto para todos los públicos. Lleno de paisajes prácticamente pictóricos de una Grecia alejada del mito turístico. Sus paisajes son invernales, grises, lluviosos, montañosos y austeros, pero con una enorme fuerza dramática y expresiva. «Puede que resulte triste, pero mi ancestro Aristóteles decía que la melancolía es la fuente de la creación«, decía en 1999, en la lección de cine que impartió en el Festival de Cannes (Francia), al año siguiente de ganar la Palma de Oro. Mientras tanto, en España todavía no se había estrenado «La eternidad y un día», que tuvo que esperar hasta el 2000 para pasar casi inadvertida por algunas salas del Verdi y a las tantas de la mañana por el Plus. Es lo que hay.

El estilo de Angelopoulos está hecho a base de esbozos y elipsis, la narración mezcla a veces el pasado y el presente, a veces sin orden ni concierto, la anécdota y la amplitud épica, en un mismo y lento plano secuencia. No apto para amantes de Misión Imposible, se entiende. Sus películas, que conducen al espectador a un estado contemplativo, confieren a las circunstancia de su muerte violenta -atropellado por un motorista en el barrio de Drapetsona- un carácter más ultrajante, si cabe, a un cineasta que despreciaba la velocidad y la falta de sentido cívico y colectivo del que ha sido víctima.

Nacido el 27 de abril de 1935 en Atenas, Angelopoulos estudió Derecho en Atenas (1953-1957) y luego hizo, hasta 1960, el servicio militar, después de lo cual se fue a París. Allí ingresó a La Sorbona y asistió a cursos del Claude Lévi-Strauss pero pronto abandonó esa universidad para estudiar en el IDHEC, la más prestigiosa escuela de cine de Francia de donde fue expulsado en el primer curso «por inconformista».
Dirigió a Marcello Mastroianni y Serge Reggiani en «El apicultor», Harvey Keitel («La mirada de Ulises»), Omero Antonutti (Alejandro El Grande) o Bruno Ganz («La eternidad y un día»).

Yo le echaré de menos. Echaré de menos su cine.

Para quienes no lo conozcan, aquí algunos fragmentos de sus dos películas más conocidas:

En La Eternidad y un día, lo de menos es el final, que es conocido desde el primer minuto de la película. Alexander tiene cáncer y dentro de poco va a morir. A partir de ahí comienza un extraño viaje a ninguna parte dando vueltas sobre sí mismo. Despidiéndose y reencontrándose con su pasado.

En esta escena, de la que surge el nombre de la película, Alexander vuelve a la casa en la que vivió con Anna, su mujer. Allí se reencuentra con su pasado en forma de recuerdos. Siento no haber encontrado otro video que no sea este, en francés y sin subtitular. El fragmento principal del diálogo dice:

-Anna, no quiero ir al hospital. No voy a ir más. No voy a ir.
Me gustaría hacer planes para el mañana. Lo desconocido me responderá siempre con la misma música. Siempre habrá alguien a quien venderle las palabras.
Mañana. ¿Qué és mañana, Anna? Una vez te pregunté cuánto duraba mañana. Y tu me respondiste…
– La eternidad y un día.
– No te he escuchado. ¿Qué has dicho?
– La eternidad y un día.

La Mirada de Ulises es una de las actuaciones más brillantes de la carrera de Harvey Keitel. La mirada de Ulises es un viaje personal en el que “A”, director de cine (el propio Angelopoulos), recorre el espinazo de la vieja Europa (los Balcanes) en busca de tres bobinas sin revelar que contienen la mirada inocente de los pioneros (en este caso, los hermanos Mannakis, primeros artífices del cine en Grecia).

Si las fronteras son las cicatrices impuestas por el hombre a la naturaleza, jamás se ha visto un territorio tan lleno de remiendos y suturas, tan herido.
«Querida Penélope, aguardemos ahora, tú y yo, a que llegue nuestro turno, igual que dos violines en la mesa del forense.»

spoiler:
En el arte, como en la historia (individual o colectiva), la mirada inocente no puede ser recuperada. Ítaca no existe más que en la memoria.

Blog de Pere Rodriguez